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Muchas personas recurren al cigarrillo en momentos de tensión, con la creencia de que fumar ayuda a calmar los nervios, despejar la mente o “bajar un cambio”.

Fumar genera una sensación momentánea de placer y relajación porque la nicotina activa la liberación de dopamina, un neurotransmisor asociado al bienestar. Pero este efecto es breve y superficial.

Lo que sucede después es que, al disminuir la nicotina en sangre, el cuerpo comienza a experimentar síntomas de abstinencia, como irritabilidad, nerviosismo e inquietud. Estos síntomas se parecen —y muchas veces se confunden— con la ansiedad, por lo que la persona vuelve a fumar para “sentirse mejor”. Así se entra en un círculo vicioso: fumo para calmarme, pero termino más ansioso.

Lo que dice la ciencia

Estudios realizados en distintos países, incluida Argentina, muestran que dejar de fumar se asocia con una reducción sostenida de los niveles de ansiedad, especialmente cuando el consumo de tabaco estaba vinculado al malestar emocional.

Una investigación reciente de la Universidad de Buenos Aires, realizada en población argentina, encontró que:

  • Quienes consumen tabaco reportaron más intención de cometer un suicidio, historia de suicidio y menor disfrute de la vida.
  • El incremento considerable en el consumo de tabaco se asoció a mayores niveles de gravedad y discapacidad de la sintomatología ansiosa, depresiva y riesgo suicida.

Estos hallazgos alertan sobre el impacto real que puede tener el cigarrillo en la salud mental. Lo que muchas veces se vive como “una forma de calmarse”, en realidad está reforzando y agravando el malestar emocional. Porque la realidad es que fumar, no alivia la ansiedad a largo plazo; de hecho, la empeora.

Nuestros profesionales pueden ayudarte a identificar las verdaderas causas de tu ansiedad y a desarrollar estrategias saludables para manejarla, sin depender del cigarrillo ni de otros hábitos que, aunque parezcan útiles, sólo postergan el problema.